Vicenç Navarro
Catedrático de Políticas
Públicas. Universidad Pompeu Fabra, y Profesor de Public Policy. The Johns
Hopkins University
Cuando usted vaya a comprarse una
camisa o cualquier producto textil, mire donde está hecho el producto. Verá que
la gran mayoría procede de países mal llamados pobres (en realidad tienen
grandes cantidades de recursos, por lo general, controlados por intereses
financieros y económicos extranjeros) donde los seres humanos que los producen
viven y trabajan en condiciones misérrimas. Uno de ellos es Bangladesh. Este
país es sumamente rico. Su tierra, extremadamente fértil, puede producir
suficiente alimento para poder satisfacer las necesidades nutritivas de una
población veinte veces superior a la actual. Y a pesar de ello, la mayoría de
la población, y muy en particular la que vive en las zonas rurales (82%), que
constituye la mayoría, está malnutrida, con amplios sectores experimentando hambre.
En realidad, Bangladesh es considerado, junto con Haití, el país más pobre del
mundo, lo cual quiere decir que es el país que tiene un mayor porcentaje de
población pobre, a pesar de que los datos muestran que Bangladesh (así como
Haití) tiene los recursos para salir de la pobreza (ver “Cólera en Haití”, El
Plural, 16.12.12; y “Continúa el escándalo del cólera en Haití” Público,
27.02.13).
No es, pues, la falta de recursos
la causa de su pobreza, sino el control de estos recursos. El 16% de los propietarios
de tierra controlan el 60% de toda la tierra, la cual cultivan para producir
alimento que se exporta a los países llamados “desarrollados”. Esta casta de
terratenientes se alía y está al servicio de compañías agropecuarias
extranjeras que dirigen la explotación de la tierra (es decir, lo que se
produce, cómo se produce y cómo se distribuye).
Esta estructura productiva es la
que se reproduce por un sistema político que teóricamente se define como
democrático y representativo: tiene incluso pluralidad de partidos políticos y
elecciones parlamentarias. Este sistema, sin embargo, está influenciado
enormemente por el bloque de poder financiero-económico-político constituido
por los grandes terratenientes del sector agrícola, que son los que en realidad
gobiernan aquel país. Esta enorme concentración de la propiedad de la tierra
crea una enorme pobreza. Y la gran mayoría del alimento que se produce se
consume fuera del país.
Esta oligarquía agrícola está
aliada con otros intereses domésticos ligados también a las grandes compañías
extranjeras que realizan su producción en Bangladesh a unos costes laborales
bajísimos. La población pobrísima expulsada del campo acepta salarios
misérrimos, pues no hay otros disponibles. Esta estructura económico-política
dictamina que la gran mayoría de la población trabajadora esté totalmente
desprotegida, lo cual ocurre en todos los sectores productivos de la economía,
incluyendo el textil. Este sector está controlado por las grandes compañías
textiles que hoy dominan el mercado internacional, tales como Benetton, H&M
o Mango entre muchas otras, y una larga lista de cadenas internacionales de
distribución y comercio, como El Corte Inglés, que están todas ellas en
Bangladesh por el bajísimo coste de los salarios de los trabajadores (21
céntimos por hora) que trabajan en unas condiciones miserables, en fábricas
carentes de los más mínimos requisitos de seguridad. Desde 2005 han muerto más
de setecientos trabajadores en incendios en fábricas. El más reciente, hasta
hace unos días, fue el fuego de la fábrica textil de Tazreen, que ocurrió el
pasado 24 de noviembre de 2012, tal como indica David Bacon en su artículo
“Bangladesh disaster: Who Pays the Real Price for your Shirt?”. The Progressive
(26.04.13). En aquel incendio 112 trabajadores perecieron, un número
elevadísimo para un accidente de esta naturaleza. Y la causa son las pésimas
condiciones en las que se encuentran las fábricas. Ninguna de ellas tiene
salidas de emergencia (en realidad todas las puertas están cerradas con llave
para evitar la salida de los trabajadores, excepto en las horas de entrada y
salida) y no disponen de extintores de fuego.
En la desgracia que ocurrió hace
unas semanas en Rana Plaza (a 29 kilómetros de Dhaka), donde perecieron más de
mil trabajadores, el edificio se vino abajo debido a que se abrieron muchas y
amplias grietas en las paredes y en los tejados, aperturas que habían aparecido
paulatinamente hasta entonces y que habían sido denunciadas por los propios
trabajadores, siendo sus avisos ignorados por el propietario del edificio, el
Sr. Sohel Rana, que es, por cierto, uno de los dirigentes del partido
gobernante Awami League. Pocos días después del colapso de la fábrica, 20.000
trabajadores de fábricas cercanas a la que se derrumbó se manifestaron en
protesta. La estructura de poder que gobierna Bangladesh es plenamente
consciente de que está sentada sobre un volcán, lo cual ocurre en la mayoría de
los países mal llamados pobres. De ahí la enorme represión que existe en estos
países. Y la policía inmediatamente se movilizó para frenar y cortar la
posibilidad de que se iniciara la explosión del volcán.
Pero existe otra forma de
represión –que apenas ha salido en los medios-, dirigida por las grandes
corporaciones textiles extranjeras que, aliadas con las élites gobernantes del
país, configuran las intervenciones públicas que sostienen un sistema basado en
una enorme explotación. Y me estoy refiriendo a la gran industria certificadora
(que maneja 80.000 millones de dólares) que trabaja para estas compañías
textiles. Estas compañías protegen a las compañías explotadoras, defendiéndolas
legal y mediáticamente, minimizando y trivializando el daño y la participación
de las mismas en la contratación de aquellas fábricas. Detrás de cada
corporación (sea textil o no) existen compañías de certificación que intentan
minimizar los costes (incluyendo los costes mediáticos de imagen) que estos
desastres suponen para las compañías.
¿Qué puede hacerse frente a esta
situación?
Muchas cosas:
Denunciar la situación de manera
que la movilización ciudadana en los países importadores de estos productos
boicotee los productos procedentes de lugares donde exista empleo en
condiciones que deberían considerarse inaceptables. Las empresas que utilizan
estos productos están entre las más rentables hoy, beneficios que se están
consiguiendo a base de una enorme explotación. Varias cadenas de televisión en
los países nórdicos han dejado de ofrecer espacio de promoción a las industrias
textiles que trabajan en Bangladesh, incluida Suecia, contra H&M, industria
textil sueca.
Establecer normas en el comercio
internacional, para que las condiciones salariales y laborales, así como la
existencia de derechos humanos, como el de sindicalizarse, sean respetados,
considerándolos como condiciones indispensables para permitir el comercio.
Estas intervenciones son las que
ahora se están explorando para paliar la enorme explotación que está ocurriendo
en los países mal llamados pobres. Estas intervenciones incluyen muchas que son
bien intencionadas y merecen aplicarse. Pero hay que ser conscientes de que son
claramente insuficientes, pues la raíz del problema es la enorme mala
distribución de poder que existe en estos países, donde hay unas minorías
enormemente poderosas, en alianza con grandes corporaciones (mal llamadas
multinacionales, pues están todas ellas basadas en un Estado-nación, el cual
las protege en sus intervenciones públicas).
Lo que debería ocurrir es una
enorme redistribución de los recursos de los que tales países ya disponen, de
manera que la demanda doméstica fuera el motor de la economía, en lugar de las
exportaciones, las cuales solo benefician a sectores muy limitados de la
población. El caso de China, que era, antes de que lo fuera Bangladesh, el
proveedor de trabajo pésimamente pagado a las industrias textiles, muestra las
grandes limitaciones de una economía orientada a las exportaciones. El llamado
“milagro económico” chino se basa en una enorme opresión de las clases
populares, con un claro ataque a su bienestar social, como muestra el aumento
de la mortalidad infantil en las áreas rurales donde vive la mayoría de la
población. Un tanto semejante ocurre ahora en Bangladesh.
El modelo basado en las
exportaciones –que es el modelo neoliberal- se ha experimentado ya en América
Latina, en África y en Asia, y ha sido un fracaso. Aparece sobre el papel como
un gran éxito, pues el PIB crece de una manera muy marcada (tanto como crece el
sector exportador) y, como consecuencia, el PIB per cápita promedio crece
también muy significativamente. Pero los promedios no incluyen información
sobre la distribución. En todos estos países ha habido una gran absorción de la
riqueza por parte de unas minorías que controlan el poder político a costa del
empobrecimiento de la mayoría de la población.
Y la evidencia científica que
avala lo dicho es abrumadora. Los únicos países que han salido de la pobreza
han sido los países que han llevado a cabo medidas redistributivas que
aumentaron la capacidad adquisitiva de la población, convirtiéndose, con ello,
la demanda doméstica en el mayor motor de la economía.
Y ahí está la raíz del problema
que se evita que aparezca en los mayores medios de información. Si el gobierno
de un país mal llamado pobre tomara estas medidas redistributivas,
inmediatamente originaría una enorme hostilidad en los centros de poder de los
países llamados desarrollados, hostilidad debida, en parte, al enorme poder que
las compañas ligadas a la exportación tienen sobre los Estados de estas
transnacionales (repito, mal llamadas multinacionales) y también en parte al
poder de las clases más adineradas de los países desarrollados, que se
solidarizan con las clases adineradas de los países mal llamados pobres. A
ambos les entra pánico cuando oyen hablar y/o ven experiencias exitosas de
redistribución de recursos, que perciben (correctamente) que afectaría
negativamente a sus intereses. Es lo que mi amigo Jeff Faux, fundador del
Economic Policy Institute, dijo en su momento: “la alianza de clases de los
poderosos en el mundo”. Pero de esto, usted, lector, no leerá nada en los
diarios, ni verá en la televisión.
Una última observación. La manera
como se ha ido llevando la globalización en el mundo, bajo el criterio
neoliberal, no ha beneficiado al mundo del subdesarrollo (véase Bangladesh), ni
al mundo desarrollado (véase la destrucción de la industria textil catalana).
Tiene que revertirse esta globalización, desglobalizando la economía
internacional, creándose zonas regionales (como el MERCOSUR) y de integración
económica de parecido nivel de desarrollo, evitando la reducción de salarios
como medidas competitivas (la típica solución liberal), tema del que he escrito
extensamente (ver mis dos libros en Ariel Económica, “Globalización económica,
poder político y Estado del bienestar” y “Neoliberalismo y Estado del
Bienestar”) y del cual escribiré en otro artículo.
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