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domingo, 10 de mayo de 2015

A vueltas con las identidades

En esta ocasión, una novela “Como el viento entre los almendros” de la autora norteamericana judía Michelle Cohen Corasante, viene a confirmar las tesis y, sobre todo, las únicas soluciones posibles a la violencia engendrada por las “identidades asesinas”, de Amin Maalouf. Asimismo, también tiene que ver con ese niño indio que escribía que la educación es la única manera de lograr la libertad, autores que nos estimulaban a reflexionar en anteriores entradas del blog.

El trasfondo de la ficción es una situación concreta de terrible y continuado sufrimiento que aún no sabemos por cuánto tiempo será uno de los conflictos bélicos más largos y desoladores  del planeta. Es el conflicto palestino-israelí.

Comienza la historia en 1949 y llega hasta nuestros días teniendo como hilo conductor la vida del Ishmad, un niño de 12 años de una pequeña aldea palestina, que gracias a su extraordinario talento para las matemáticas y el apoyo incondicional de su padre y su profesor de escuela, llega al mayor reconocimiento que pueda conseguir un científico: el premio Nobel. Entretanto, pobreza, miseria, injusticia, odio, fanatismo, crueldad, violación, miedo, desolación, muerte, van jalonando su vida, una vida de supervivencia ganada a base de un tesón inquebrantable y la esperanza de que el entendimiento entre quienes mantienen posturas enfrentadas es posible.

Quien encarna en la novela los principios morales que estaban en la base del ensayo de Maalouf, es el padre, que, a pesar de la distancia y mínima comunicación entre ellos impuesta por un arresto de más de una década en la peor cárcel imaginable, está siempre presente. Y son esos principios los que conforman lo que será la esencia moral del joven que se plasman cotidianamente en sus pequeñas decisiones y acciones en pro de la paz y el entendimiento de quienes, de entrada, están condenados a jamás caminar juntos: palestinos y judíos. Pequeñas pero en muchas ocasiones heroicas acciones, increíbles en nuestro mundo occidental en un niño de 12 años.

Es la esperanza en el logro de un mundo en el que todas las personas, sean cuales sean sus credos, religiones, lenguas o culturas, puedan convivir pacíficamente e incluso compartir, lo que movió a la autora a escribir la novela.

Podemos preguntarnos por la influencia que pueden ejercer libros como este y llegar a conclusiones desesperanzadas. Sin embargo, si logra que una pequeña parte de sus lectores se conmocione por la historia, lo cual es fácil por su estilo narrativo equilibrado que emociona pero no ahoga, seguramente esas personas, cuando escuchen noticias o vean imágenes de este y otros conflictos, sus oídos y sus ojos captarán un mensaje de imposibilidad de llegar a la solución por medio de la violencia.

Harina de otro costal es trasladar ese convencimiento a uno mismo para analizar las múltiples tensiones y violencias, de magnitudes mínimas comparadas con las que se narran en la novela, a las que estamos todas las personas sometidas en nuestros entornos cotidianos y afrontarlas con la generosidad que requiere intentar comprender a quien piensa y cree de manera diferente y buscar puntos de encuentro para poder caminar y actuar juntos por la senda de la concordia. Y esa es la tarea de las pequeñas gentes que somos, esa será nuestra pequeña pero importante aportación a la paz mundial.

PML

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