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domingo, 8 de julio de 2012

Relatos de verano




Vivir del aire. Vivir del arte.

Se celebraba “la noche en blanco”, ese invento reciente que intenta atraer público a los museos e instituciones culturales programando en sesión nocturna diversas acciones. La animadora del evento, ante un auditorio mayoritariamente ajeno a este tipo de actividades glosaba la iniciativa con un entusiasmo innegable.

Avanzaba  su discurso y empezaron a llegar reproches: “que si habíamos vivido por encima de nuestras posibilidades... que se podía pasar con menos... que si la cultura nos ofrece una fuente inagotable de alegría y felicidad...” Terminó agradeciendo “muy sinceramente” a los trabajadores del espectáculo que se iba a ofrecer, su buena disposición para realizarlo totalmente gratis. “Muy de agradecer en los tiempos que corren...”

Antes había observado detenidamente el lugar: además de la presentadora había un par de guardias de seguridad, media docena de técnicos y trabajadores del recinto, una barra de “catering “con varios camareros dispuestos a servir en vasos de plástico al precio de un terraza en la Castellana..... luces y climatización encendidas.  Empecé a sentir una cierta acidez en el estómago.

Intentando que me  bajara la tensión miré al cielo. Entonces los vi: una decena de vencejos que ascendían al atardecer para pasar la noche volando, al mismo tiempo que duermen, a cerca de 2.000 metros de  altura.

Vino a mi memoria la particular vida de estos pájaros increíbles.  Desde que abandonan el nido pueden pasar casi dos años volando sin posarse. Incluso se aparean en vuelo, alimentándose del plancton aéreo al llevar el pico abierto casi constantemente. Cuando se emparejan utilizan el nido solo tres meses, durante la puesta y el desarrollo de los polluelos. 
Mi boca quedó abierta. Recordaba a muchas buenas amigas y amigos, trabajadores del teatro, la danza, el diseño, la música, la pintura... que tienen muy poco que llevarse a la boca.  
Al salir, los otros estaban allí: todos vestidos de blanco, rivalizando en esplendor con los coros celestiales. Cenaban exquisitas viandas a la luz de las velas, en mesas decoradas con flores blancas. Todo muy “chic”, con mucho “glamour”. Atravesé la plaza deslumbrado por la visión. Mi boca seguía abierta pero no encontré ni rastro del microplancton. Además, la perspectiva de caminar día y noche durante 9 meses seguidos no era muy alentadora. 
Volviendo a casa sentía una especie de desazón. Si Darwin levantara la cabeza podría explicarnos cuantas generaciones hacen falta para evolucionar hasta ese punto. 

Mientras tanto, seguiremos esperando.


Paracelso.

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