El paraguas
Cuento original
de Ricardo Serna. Pertenece al libro inédito titulado El hombre que leía libros delgados.
Las nubes iban y venían de un lado a otro, pintando un cielo
grisáceo y feo que no animaba nada el espíritu, y tan pronto descargaban fina
llovizna al norte de la ciudad, como bañaban con su pertinaz sirimiri el sur
industrioso y activo.
El
vagón del metro estaba lleno a rebosar, y en la parada anterior a la mía
procuré situarme bien cerca de la puerta, para evitar empujones a la salida.
–¡Oiga
usted, que ese paraguas es mío! –me espetó un caballero bajito y muy flaco que
viajaba a mi lado.
–Oh,
sí, perdone. Ya me disculpará el despiste. Me había parecido que cogía el mío
–le dije–. Lo siento de veras.
El
hombre bajito –que tenía cara de apellidarse Martínez– me miró desde abajo con
una de esas expresiones de resignación y desconfianza que denotan un buen grado
de incredulidad o escepticismo.
Bajé
del vagón y me perdí andén adelante, hasta salir por la boca más próxima a mi
domicilio. Recuerdo que me recibió Milagros, mi hija pequeña, con la envidiable
sonrisa que es habitual en sus lindas facciones. Hay que ver cómo pasa el
tiempo; parece que fue ayer cuando hizo la primera comunión, y ya hace tres
años que se casó con Jaime y hasta me ha dado una nieta.
A las
doce me asomé un momento al mirador del salón y comprobé que apenas lloviznaba
en ese instante.
–¿Vas
a salir, papá? –me interrogó Milagros.
–Sí,
hija mía. He de ir a ver a Juan Cuesta. Ya sabes lo delicado que está de salud,
el pobre.
–Pues
podrías llevarme a reparar estos dos paraguas, el de Jaime y el mío. Te coge de
paso.
–No
faltaría más. Dámelos, hija, que ahora mismo los llevo a la paragüería de San
Esteban.
Al
salir de casa, apenas hube andado quince metros desde el zaguán, me crucé en la
calle con el caballero flaco y bajito del metro.
–¡Se
da bien la mañana, eh! –me increpó, gesticulando.
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