Es el título del libro de Amin Maalouf, por el que ganó el "Premio Europeo de Ensayo Charles Veillon," premio instituido después de la Gran Guerra, con el deseo de contribuir a la reconciliación de Europa por medio de la cultura.
El autor dice que le gustaría que su libro fuera sacado de una estantería
por un joven muchos años después de escrito y que el interés que le despertara
en una ligera ojeada fuera su desfase con la realidad. Pero han pasado 17 años,
desde que lo escribiera en 1998 y desgraciadamente sigue de actualidad.
Desgraciadamente, porque los conflictos surgidos de un entendimiento errado,
torpe y radical de la identidad, de las identidades, no sólo han disminuido,
sino que se han acrecentado. Para demostrar esta afirmación, no hace falta
buscar en los anuarios de noticias, ni siquiera recordar los brutales atentados
que dieron la vuelta al mundo como la destrucción de las torres gemelas, sólo
recordar el impacto que nos han causado los últimos acontecimientos de los que
se han hecho eco los medios de comunicación y cuyas imágenes han quedado
grabadas en nuestra mente con tinta indeleble, como son los asesinatos de "Charlie Hebdo", la quema de un hombre o las decapitaciones filmadas para causar
el terror en occidente, o los horrores que cotidianamente ocurren en Nigeria
donde campa el grupo "Boko Haram", como la niña bomba previamente secuestrada por esos
fanáticos a la que en el mes de enero hicieron estallar, y otros muchos que
cada día no son ni noticia pero que siguen asolando el planeta y llenándolo de
dolor, impotencia y rabia. La mayor parte de esta violencia, de estos baños de
sangre, está bajo una bandera identitaria de gentes ignorantes, irracionales,
de personas fanáticas que creen que la única manera de “salvar” aquello en lo
que creen es con la barbarie de la fuerza, la violencia y el miedo. Así quieren
imponer a todo el mundo lo que creen es su identidad.
Identidad de muchos tipos, de raza, religión, cultura, lengua, política,
nacionalidad, identidad de creencias de todo tipo…
De los problemas que causan estas identidades monolíticas habla este ensayo
en el que el autor comienza por analizar el fenómeno identitario, esa bestia
que necesita constantemente alimentarse, dice, y que está ligado a la necesidad
de pertenencia de las personas.
De manera clara y sencilla expone su posición. La identidad, para él, es
algo que se compone de todos los elementos que nos han conformado como somos.
Defiende que lo que hace que las personas seamos únicas, tengamos una identidad
propia, es un conjunto muy diverso de pertenencias que no pueden
compartimentarse. Y la combinación, la escala de prioridades, que no la
yuxtaposición de esas diferentes pertenencias, no es fija sino que evoluciona
al ritmo que lo hace cada persona. Si una de esas pertenencias se toca, es toda
la persona la que se resiente. Poniéndose de ejemplo él mismo, nacido en Líbano
y francés de nacionalidad, no puede elegir entre sentirse más libanés o más
francés, tampoco puede priorizar su lengua árabe o francesa. Origen, lengua,
religión, tomadas como únicas identidades, son la mayor parte de las ocasiones
las que están en el origen de tanto estrago. La defensa de esa pertenencia que
se siente como preponderante lleva a los bárbaros, primero a defenderla y luego
a querer imponerla como sea, por tanto, hay un afán de dominio, de poder, a
alcanzar sea como sea sin importar el método.
Habla de los que denomina “seres transfronterizos” para indicar a las
personas que tienen pertenencias confrontadas. Pensemos en los años 60 un argelino
francés, dos pertenencias que se excluían una a la otra al punto de provocar
una guerra de la que nadie salió indemne, como de ninguna guerra, y considera
que estas personas pueden desarrollar una labor fundamental, la de servir de
polos de unión, de pasarelas, de mediadores, entre las diversas comunidades y
culturas, ayudando a disipar malentendidos, a atemperar, a razonar y en fin, a
prevenir y resolver confrontaciones…
Descendiendo a terrenos más cercanos, también la defensa de pertenencias
como atributos cuasi únicos de la identidad, ha llevado en
nuestro país y más concretamente en tierras vascas, a situaciones de extrema
violencia en un pasado todavía muy reciente y es tema candente en otros lugares
ocasionando tensiones de todo tipo de las que somos testigos. Tensiones que en
nuestra cotidianeidad podemos también identificar en el trabajo, en nuestras
comunidades de vecinos, incluso en nuestras familias, en la política y, en
definitiva, en todos los ámbitos sociales en los que nos desenvolvemos.
La parte final del ensayo está dedicada a posibles soluciones. Habla de la
empatía como una necesidad en cualquier acercamiento al otro para comprender
esa identidad que defiende, habla de tolerancia para aceptar otros
planteamientos diferentes a los propios, habla de reciprocidad en los
intercambios culturales para que de las diferencias de los otros aprendamos y
nos enriquezcamos, habla, en fin, del “justo medio”, esa difícil combinación en
la que ni tú ni yo somos vencedores porque a nadie tenemos que ganar la
batalla, en la que yo te escucho con respeto, intento comprenderte, pero, en
cualquier caso acepto la diferencia, esa situación en la que no te juzgo, no
categorizo, no adjetivo, y te recibo como eres.
Y habla de la necesidad de las personas de no sentirnos atacados por
ninguna de nuestras pertenencias, de que no tengamos que ocultarlas por miedo a
no ser comprendidos o, peor aún, por miedo a ser atacados. Habla, en fin, de un
entendimiento de concordia para el que es precisa una gran serenidad, donde no
quepan suspicacias, donde los malos entendidos se perciban como tal y no como
ataques, donde al otro se le presuponga la mejor intencionalidad y nosotros
desterremos los prejuicios.
¿No nos suena todo esto a masonería? ¿No es nuestro método el de la escucha
activa en búsqueda de la comprensión de lo no descubierto o de lo diferente?
¿No nos recuerda a tantas reflexiones acerca del tema de la fraternidad? ¿No
está hablando de nuestros valores humanistas y de progreso? ¿No está planteando
que extendiendo nuestra divisa al mundo lograríamos una convivencia
enriquecedora de todos en donde la diferencia fuera un valor?
Finalmente, propone traspasar las pequeñas o grandes pertenencias de cada
cual para encontrarnos todos en una identidad global de la que nadie pueda ser
excluido, la del ser humano. Lo dice con las siguientes palabras:
“Habría que actuar de manera que nadie se sienta excluido de la
naciente civilización común, que cada uno pueda encontrar su lengua identitaria
y ciertos símbolos de su propia cultura, que pueda identificarse aunque sea un
poco, en lo que ve emerger en el mundo que le rodea en lugar de buscar refugio
en un pasado idealizado. Paralelamente, cada uno debería poder incluir en lo
que cree ser su identidad, un nuevo componente que está llamado a ser cada vez
más importante en este nuevo siglo: el sentimiento de pertenecer también a la
aventura humana”
En fin, es un libro altamente recomendable para nuestras reflexiones, para
trabajar la autocrítica e insistir en esas soluciones que buscamos los masones
con nuestro trabajo de construcción del templo para el progreso de la
humanidad.
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