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sábado, 12 de enero de 2013

Resistentes

Foto: Robert Doisneau

Existen tipos admirables que no están dispuestos a claudicar frente a la adversidad

MANUEL VICENT

Ser un resistente, he aquí la última forma romántica de vivir. Año 1942. Estación de ferrocarril en un pueblo de Francia, un individuo en un paso a nivel está apoyado en una bicicleta con un cigarrillo en los labios, pasa el tren con un silbido desolado, el individuo realiza con el brazo una contraseña y poco después en un puente cercano suena la explosión. El convoy ha saltado por los aires. Llevaba armas para el ejército nazi. El individuo monta en la bicicleta y se aleja canturreando la canción de los partisanos Oh, bella, ciao. Misión cumplida. La Resistencia Francesa estaba envuelta en un aura muy literaria. Había una guerra. Había un invasor. Eran tipos duros que se jugaban el pellejo. La literatura con que fueron adornados por la historia se ha extinguido, pero en cualquier tiempo, en cualquier lugar, los resistentes permanecen siempre con la misma actitud heroica frente a cualquier otra invasión que trate de doblegarlos. Aunque nadie los conozca por sus nombres, hay que considerarlos como los nuevos partisanos imbatibles. El invasor está ahora en todas partes; el convoy que lleva armas al enemigo pasa todos los días por delante de nuestra puerta bajo diversas formas: se trata, tal vez, de la crispación agresiva de la derecha cerril o de la izquierda corrupta y sin ideales, del fanatismo religioso que se ha apoderado de la calle, de los vestigios de la caverna y de la España negra, de la basura que emite la televisión, del cacareo gallináceo de algunas tertulias, de los rebuznos digitales que asolan el espacio. En el fondo es un solo enemigo que ataca desde flancos distintos, el mismo que, a veces, se alía con alguna caída personal, con la angustia de vivir sin aceptarse. Existen tipos admirables que no están dispuestos a claudicar frente a la adversidad. Ningún político conseguirá que se traguen una rueda de molino, ningún obispo les obligará a arrodillarse, ningún vendedor de peines intelectual les hará perder el tiempo y si la vida se les tuerce con una mala racha, con la crisis, la depresión y el paro, tratarán de soportar la dificultad sin romperse nunca por dentro. Son los últimos románticos de la resistencia que, desde la clandestinidad, se enfrentan cada día a la miseria moral que intenta anularlos. Oh, bella, ciao.


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