La ramería es a juicio de Deraismes un hecho arbitrario
derivado de la “aristocracia del género masculino”. Considera
que la prostitución es un
efecto de la dominación masculina y una consecuencia de la preferencia masculina
por las ventajas antisociales de la desigualdad. Deraismes denunció explícitamente que la prostitución
no es más que una forma de esclavitud ligada a la jerarquía
de poder entre los géneros y
a la privación
de derechos de las mujeres, a quienes las
restricciones
impuestas por la Ley, han
conducido principalmente a las de
clase humilde, al ejercicio de la
prostitución para
sobrevivir. Como para Deraismes la prostitución
es una manifestación de las
relaciones de dominio-sumisión
entre hombres y mujeres, y de domino-sumisión entre burguesía
y proletariado, no duda en señalar
acusatoriamente a la Política como agente colaborador. Tiene claro que la Política es la herramienta
articuladora de la vida colectiva, y
que como tal, es susceptible de
generar igualdad o desigualdad. Considera que la articulación de la
intervención social de los géneros ha sido efectuada de manera asimétrica con
el fin de someter a las mujeres,
que el Estado “legitima” a través de
sus leyes la desigualdad y la
injusticia, y que en ese contexto
de “legitimación” contempla
con buenos ojos la inmolación de la dignidad de las
mujeres pobres a la virtud
de las mujeres pudientes y al honor
de los varones. La prostitución se ha
mantenido porque
solo
perjudica una clase de
personas ya expoliada por la ley que solo le otorga un cuarto de derecho (…) Me dirán: ¿Cómo es eso que el hombre,
con tanto recelo de su derecho
y habiéndolo proclamado, haya consentido a la violación
del derecho? Desgraciadamente,
ha hecho más que consentir
a la violación, la ha explotado en su beneficio.
Para Deraismes la prostitución reglamentada era una institución políticamente vergonzosa, además de contraria a los
valores republicanos. Desde
sus profundas
convicciones republicanas, desde su fe en la triple divisa Libertad, Igualdad, Fraternidad, Deraismes no comparte ni comprende que la República, garante de tales principios, hubiese continuado adelante
con una política del anterior
régimen. Se ha de expurgar, limpiar y barrer, todas las escorias del viejo régimen podrido donde todo eran privilegios, monopolios, es
decir, iniquidades
(…) Las revoluciones
políticas y religiosas se han sucedido, solo la prostitución ha seguido en pie (…) Pues
el hombre no ha pensado en ello, y esta prostitución, monumento de ignominia, se burla, por su persistencia,
de las protestas realizadas en nombre
de la igualdad y de la dignidad
humana; y marca cada siglo, cada época
de su sello de fango y de barro .
Por
último, es también importante
señalar que en algunas de
sus reflexiones, Deraismes se anticipa
a Kate Millet (Política Sexual 1970), en lo concerniente a la difusa línea divisoria entre lo personal o privado y lo público o político. Deraismes, a su modo, se percata de que lo personal es político y
que lo político es personal, que no
existe una frontera real entre ambos espacios, pues la ética (como búsqueda del bien individual en la
esfera privada) y la política (como búsqueda
del bien colectivo en la
esfera pública) constituyen las dos caras de la misma moneda: la realidad
del
ser humano como sujeto social.
Deraismes sabe que la igualdad
y la libertad para ser reales y no meros enunciados, deben atravesar tanto las leyes
como
las conciencias, los grandes
discursos programáticos como las
actitudes individuales, la alta política como la vida cotidiana. Para ella la
sociedad no puede transformarse, si no existe una transformación paralela de los sujetos que la conforman. No
cree que la libertad pueda establecerse como virtud cívica capaz de impregnar la vida ciudadana, si las
relaciones entre las personas no se encuentran marcadas por un mismo nivel de libertad (es decir de igualdad).
La desigualdad entre mujeres y hombres es un grave impedimento para el logro de una sociedad
libre. La esclavitud que conlleva la prostitución es para ella la más denigrante de todas las manifestaciones
de desigualdad en la sociedad, y por
eso, llama sin rodeos la atención a
políticos, burgueses y proletarios,
sobre la incoherencia e hipocresía de desear en el plano político construir una sociedad libre, y al mismo tiempo
cooperar activamente como clientes en
la esclavización de mujeres mediante
la compra de servicios sexuales el mercado prostitucional:
Deténganse
un poco sobre lo que debería ser. Obviamente, parece imposible que
esta situación moral contradictoria no se refleje
a diversas escalas de la
organización social, en la aplicación
de la ley, en el espíritu de los jueces,
en los actos administrativos, en las relaciones políticas tanto
de puertas para dentro, como hacia el exterior;
y no cuesta tanto demostrarlo.(…)Vean a este legista: acaba de afirmar el
derecho humano con toda la autoridad de su competencia;
vean a este tribuno, ha generado aplausos de todo el auditorio, hablando de los beneficios
de la libertad; vean a este
diplomático, a este hombre político, ha defendido el derecho de la gente, la autonomía de
los pueblos, y, al salir del tribunal, del consejo, de la asamblea, se irán en secreto a lugares de pestilencia, donde incumplirán
conscientemente el derecho, la libertad,
la autonomía(…) Y, en cuanto a ese pueblo, esta muchedumbre, esta masa que se precipita
hacia las urnas electorales para garantizar su independencia, para afirmar su derecho, observa con frialdad cada día su independencia
y su
dignidad ultrajadas en las
personas
de su casta, de su familia.
Porque,
cabe
reconocer, es el pueblo quien proporciona, en mayor parte, el personal de las infames casas (…) ¿Acaso se imaginan,
por casualidad, que la libertad
puede establecerse de
este modo?
Ítaca .·.
[1] Francia (fuertemente imbuida del discurso
higienista) fue la nación creadora de un sistema de reglamentación de la
prostitución que funcionó de modelo para toda Europa. Este modelo que se encontraba inspirado en ideas
sanitarias, implantó un registro para las prostitutas, estableció un sistema de
vigilancia médica y un control policíaco.
[2] La idea subyacente era que
lo que es bueno para los hombres es malo para las mujeres y al contrario. En el
terreno sexual las mujeres no debían tener ningún tipo de vida sexual hasta el
matrimonio. Sin embargo, los varones necesitaban (y
debían) tener relaciones sexuales abundantes y variadas
debido al carácter imperioso y urgente de su sexualidad. Este doble patrón de sexualidad y de moral
justificaba el acceso masculino a una clase de “mujeres caídas” y la
reglamentación del meretricio por parte del Estado: Gracias a las prostitutas los
hombres pueden satisfacer sus impulsos y la inocencia de las vírgenes y la fidelidad de las casadas
puede mantenerse a salvo. La prostitución es desde está óptica “un mal menor” con el que no sólo se evitan posibles
violaciones sino con el que la fidelidad de las esposas y la descendencia
legítima quedan garantizadas.
[3] Deraismes cuestiona duramente la moral
femenina burguesa, y denuncia su insolidaridad con las víctimas de la
prostitución. Denuncia que la mayoría de sus contemporáneas y compatriotas ven
y aceptan a la prostituta como una especia de “otra” degradada, como la
envilecida alternativa sexual a su propia feminidad maternal y doméstica.
Deraismes les reprocha su complicidad con los clientes (sus maridos, sus hijos,
sus padres, etc.) a los que considera moralmente corrompidos.
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