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sábado, 9 de marzo de 2013

La prostitución a través de los ojos de Maria Deraismes en "Eva en la Humanidad"



                 En la Francia en la que vivió  María Deraismes (1.828-1.894), fundadora de la Orden Masónica El derecho Humano y autora de Eva en la Humanidad, la prostitución reglamentada[1]era considerada un demonio social necesario que garantizaba el buen funcionamiento (funcionamiento decoroso) de la sociedad y de las familias[2]. Sin embargo, en contra del sentir generalizado de sus contemporáneos/as[3], Deraismes no creyó que la  prostitución fuese un mal social inevitable, sino una realidad suprimible y explicable a partir de la interacción de diversos elementos. Deraismes negará rotundamente que  el meretricio contribuya en modo alguno al sostenimiento de una sociedad civilizada. Muy al contrario, para ella, es  precisamente la “incivilización” de la sociedad (es decir, la desigualdad  entre  mujeres  y  hombres) la que sostiene la prostitución y nos dice: He aquí, una sociedad tan sensata y sabiamente organizada, que el honor de unas está basado en el deshonor de otras (…) El resultado de esta situación, escandalosamente contradictoria, es que la mayor parte de las mujeres que pertenecen al proletariado esta clase es la más importante en número- ofrece una presa fácil de captar por el vicio desvergonzado.

Deraismes, que siempre se mostró muy crítica con la doble moral (el comportamiento sexual diferenciado exigible a cada sexo) imperante en su época, denuncia en Eva en la Humanidad que esa doble moral no responde a ninguna ley natural sino que, producto de la arbitrariedad de la dominación masculina, constituye  el basamento y la causa de la prostitución. Ni siquiera ve en la pobreza (a la que dedica una atención especial por considerarla su caldo coadyuvante  de  cultivo)  la  causa  primera  de  la  prostitución.  Para  ella  la  pobreza  es  el mecanismo del que se vale la sociedad occidental para garantizarse un suministro permanente de mujeres públicas. Deraismes denuncia que la causa matriz de la prostitución es esa doble moral, cuyo eje central es la creencia o la aceptación incuestionada (que a Deraismes le parece reprobable no sólo éticamente, sino como veremos más adelante, inaceptable desde el punto de vista político) de que todo hombre (por una cantidad de dinero, la que sea) tiene “derecho” a satisfacer su deseo sexual, a costa de quien sea, o de lo que sea (El  hombre  ha  establecido una  ley  y  se  pasa  la  vida  transgrediéndola. Impone a las mujeres una virtud rígida y mediante mil recursos, intenta hacérsela perder. Para esto, organiza todo un sistema de corrupción, asociando la ley y la policía para su seguridad personal. De esta manera, se oficializa la prostitución; es decir, la mujer al servicio de cualquier hombre, en cualquier momento).

La ramería es a juicio de Deraismes un hecho arbitrario derivado de la “aristocracia del género masculino”. Considera que la prostitución es un efecto de la dominación masculina y una consecuencia de la preferencia masculina por las ventajas antisociales de la desigualdad. Deraismes denunció explícitamente que la prostitución no es más que una forma de esclavitud  ligada a la jerarquía de poder entre los géneros y  a la privación de derechos de las mujeres, a quienes las restricciones impuestas por la Ley, han conducido principalmente a las de clase humilde, al ejercicio de la prostitución para sobrevivir. Como para Deraismes la prostitución es una manifestación de las relaciones de dominio-sumisión entre hombres y mujeres, y de domino-sumisión entre burguesía y proletariado, no duda en señalar acusatoriamente a la Política como agente colaborador. Tiene claro que la Política es la herramienta articuladora de la vida colectiva, y que como tal, es susceptible de generar igualdad o desigualdad. Considera que la articulación de la intervención social de los géneros ha sido efectuada de manera asimétrica con el fin de someter a las mujeres, que el Estado “legitima” a través de sus leyes la desigualdad y la injusticia, y que en ese contexto de “legitimación” contempla con buenos ojos la inmolación de la dignidad de las mujeres pobres a la virtud de las mujeres pudientes y al honor de los varones. La  prostitución  se  ha  mantenido  porque  solo  perjudica  una  clase  de personas ya expoliada por la ley que solo le otorga un cuarto de derecho (…) Me dirán: ¿Cómo es eso que el hombre, con tanto recelo de su derecho y habiéndolo proclamado, haya consentido a la violación del derecho? Desgraciadamente, ha hecho más que consentir a  la  violación, la ha explotado en su beneficio.

Para Deraismes la prostitución reglamentada era una institución políticamente vergonzosa, además de contraria a los valores republicanos. Desde  sus  profundas convicciones  republicanas,  desde  su  fe  en  la  triple  divisa  Libertad, Igualdad, Fraternidad, Deraismes no comparte ni comprende que la República, garante de tales principios, hubiese continuado adelante con una política del anterior régimen. Se ha de expurgar, limpiar y barrer, todas las escorias del viejo régimen podrido donde todo eran privilegios, monopolios,  es  decir,  iniquidades (…) Las revoluciones políticas y religiosas se han sucedido, solo la prostitución ha seguido en pie (…) Pues el hombre no ha pensado en ello, y esta prostitución, monumento de ignominia, se burla, por su persistencia, de las protestas realizadas en nombre de la igualdad y de la dignidad humana; y marca cada siglo, cada época de su sello de fango y de barro .

Por último, es también importante  señalar que en algunas de  sus reflexiones, Deraismes se anticipa a Kate Millet (Política Sexual 1970), en lo concerniente a la difusa línea divisoria entre lo personal o privado y lo público o político.  Deraismes, a su modo, se percata de que lo personal es político y que lo político es personal, que no existe una frontera real entre ambos espacios, pues la ética (como búsqueda del bien individual en la esfera privada) y la política (como búsqueda del bien colectivo en la esfera pública) constituyen las dos caras de la misma moneda: la realidad del ser humano como sujeto social. Deraismes sabe que la igualdad y la libertad para ser reales y no meros enunciados, deben atravesar tanto las leyes como las conciencias, los grandes discursos programáticos como las actitudes individuales, la alta política como la vida cotidiana. Para ella la sociedad no puede transformarse, si no existe una transformación paralela de los sujetos que la conforman. No cree que la libertad pueda establecerse como virtud cívica capaz de impregnar la vida ciudadana, si las relaciones entre las personas no se encuentran marcadas por un mismo nivel de libertad (es decir de igualdad). La desigualdad entre mujeres y hombres es un grave impedimento para el logro de una sociedad libre. La esclavitud que conlleva la prostitución es para ella la más denigrante de todas las manifestaciones de desigualdad en la sociedad, y por eso, llama sin rodeos la atención a políticos, burgueses y proletarios, sobre la incoherencia e hipocresía de desear en el plano político construir una sociedad libre, y al mismo tiempo cooperar activamente como clientes en la esclavización de mujeres mediante la compra de servicios sexuales el mercado prostitucional:

Deténganse un poco sobre lo que debería ser. Obviamente, parece imposible que esta situación moral contradictoria no se refleje a diversas escalas de la organización social, en la aplicación de la ley, en el espíritu de los jueces, en los actos administrativos, en las relaciones políticas tanto de puertas para dentro, como hacia el exterior; y no cuesta tanto demostrarlo.(…)Vean a este legista: acaba de afirmar el derecho humano con toda la autoridad de su competencia; vean a este tribuno, ha generado aplausos de todo el auditorio, hablando de los beneficios de la libertad; vean a este diplomático, a este hombre político, ha defendido el derecho de la gente, la autonomía  de  los  pueblos,  y,  al  salir  del  tribunal,  del  consejo,  de  la asamblea, se irán en secreto a lugares de pestilencia, donde incumplirán conscientemente el derecho, la libertad, la autonomía(…) Y, en cuanto a ese pueblo, esta muchedumbre, esta masa que se precipita hacia las urnas electorales para garantizar su independencia, para afirmar su derecho, observa con frialdad cada día su independencia y su dignidad ultrajadas  en  las  personas  de  su  casta,  de  su  familia.  Porque,  cabe reconocer, es el pueblo quien proporciona, en mayor parte, el personal de las infames casas (…) ¿Acaso se imaginan, por casualidad, que la libertad puede establecerse de este modo?

Ítaca .·.






[1] Francia (fuertemente imbuida del discurso higienista) fue la nación creadora de un sistema de reglamentación de la prostitución que funcionó de modelo para toda Europa. Este modelo  que se encontraba inspirado en ideas sanitarias, implantó un registro para las prostitutas, estableció un sistema de vigilancia médica y un control policíaco.        

[2] La idea subyacente era que lo que es bueno para los hombres es malo para las mujeres y al contrario. En el terreno sexual las mujeres no debían tener ningún tipo de vida sexual hasta el matrimonio.  Sin embargo, los varones necesitaban (y debían) tener relaciones sexuales abundantes y variadas debido al carácter imperioso y urgente de su sexualidad. Este doble patrón de sexualidad y de moral justificaba el acceso masculino a una clase de “mujeres caídas” y la reglamentación del meretricio por parte del Estado: Gracias a las prostitutas los hombres pueden satisfacer sus impulsos y  la inocencia de las vírgenes y la fidelidad de las casadas puede mantenerse a salvo. La prostitución es desde está óptica “un mal menor”  con el que no sólo se evitan posibles violaciones sino con el que la fidelidad de las esposas y la descendencia legítima quedan garantizadas.

[3] Deraismes cuestiona duramente la moral femenina burguesa, y denuncia su insolidaridad con las víctimas de la prostitución. Denuncia que la mayoría de sus contemporáneas y compatriotas ven y aceptan a la prostituta como una especia de “otra” degradada, como la envilecida alternativa sexual a su propia feminidad maternal y doméstica. Deraismes les reprocha su complicidad con los clientes (sus maridos, sus hijos, sus padres, etc.) a los que considera moralmente corrompidos.

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1 comentario:

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